No sé cómo pasó, pero de repente sonó el timbre y yo seguía en mi mundo. Salí de mi ensueño viendo a mis compañeros recoger sus cosas y salir del aula. Miré al encerado: estaba lleno de fórmulas matemáticas, ecuaciones por todos lados. Sentí un nudo en el estómago. ¡Oh no! ¿Cómo me pude distaer tanto? Mañana es el examen de mates y no tengo ni idea de lo que acabamos de ver.
Recogí mis cosas rápidamente y saqué fotos de la pizarra como si eso pudiera salvarme. No es que odie las mates, pero hoy mi cabeza estaba en otra parte: en los planes para el finde, en lo que me dijo Laura en el recreo, en el nuevo juego que quiero probar… cualquier cosa menos las dichosas ecuaciones.
Cuando llegué a casa, intenté no entrar en pánico. Recordé que un amigo me había hablado Tau, así que me inscribí en la plataforma y subí las fotos del encerado. «Explícame esto como si fuera un niño de cinco años», escribí en el chat de la app. Y lo que pasó después fue magia.
La IA analizó las imágenes y me hizo un resumen de la clase. Me explicó paso a paso cada fórmula, como si fuera un profe particular que no se cansa de repetir las cosas. Luego me generó ejercicios para practicar y hasta un test para comprobar si lo había entendido. Y lo mejor: no me aburrí, porque cada explicación venía con ejemplos que de verdad me interesaban.
Al día siguiente, hice el examen con confianza. Y cuando vi mi nota, casi no lo podía creer: había subido un montón respecto a los exámenes anteriores. Lo mejor de todo es que eso significaba que no me quedaría colgado en matemáticas y mi verano estaba a salvo.